viernes, 3 de junio de 2011

700 días y un Adiós - Para Josué Leiva

El más grande de Los Necios
700 días y un Adiós
Para las familias Leiva, Urbina, Palacios, Chirinos, Martins
                                               Para la familia Necia

22 meses de resistencia concluyeron este 28 de mayo sin que Josué viera llegar a Mel Zelaya al país, cosa que a él le hubiera gustado, estar ahí encima de todos. Ese mismo día su cuerpo descansaba sereno, rodeado de margaritas, orquídeas, anturios, rosas y jazmines en la funeraria adonde lo despidieran todos sus amores juntos. Dentro del ataúd lo acompañaba una boina negra, unos anillos, una corbata improvisada por su papá, muy cerca de su rostro hermoso y pálido.

A él le importaba este retorno porque era un militante, un distinto militante a la generalidad. No era impostado, ni soberbio, no era acartonado ni violento contra quienes no formaban parte de su grupo ni compartían sus verdades. Debe ser por que la grandiosidad de su cuerpo no necesitaba notoriedad,  pues ya la tenía, desde chiquito, nació con trece libras de peso.

Grandísimo y generoso: Josué.

Referente obligado en las marchas: “mirá, ves a Josué, ahí cerquita está la señora que vende baleadas” o “por allá atrás de Josué, ¿lo ves?” Josué se veía desde todas partes y cientos de personas lo conocían. Gran preocupación para Mina, que le decía, puchica a este es fácil que le den un balazo. No, contestaba,  con su sonrisa desfachatada,  no se preocupe, mejor sobeme la espalda, venga, lo cual le encantaba, y como bien dice su tía, sobarle la espalda a Josué era como lavar un carro. Así grandote la levantaba a ella en vilo y le daba vueltas hasta marearla,  eso hacía con muchas de nosotras, sin importar el exceso de nuestras libras. Un día lo asaltaron, se rieron de él en casa porque dijeron que el ladrón fue un cipotío, pero él se defendía diciendo que precisamente cómo le iba a pegar a un cipote.

Tanto cuerpo y un breve corazón que se apagó de repente. El corazón se cansa de usarlo dice Galeano, y seguro que eso debe ser.

Qué duro despedirlo, con solo 29 años, con ese modo de andar, irremediablemente feliz como lo llamara uno de sus compas, qué dolor y que pérdida para este movimiento que necesita que gente así, tan escasa, nos muestren otros modos de andar en la política sin extirpar la humanidad propia y la ajena en el intento.

Antes de dejarlo en la tierra de Soroguara, su abuela lo despidió y dijo que era un tierno. Y lo era, un tierno es un bebé, y un hombre que irradia ternura. Era ambas cosas. Pero también irradiaba diálogo, tranquilidad y convicción. No echaba mucho rollo, trabajaba silencioso y fumador en sus espacios virtuales llevando palabras de resistencia hacia todas partes, y cuando hablaba decía lo que pensaba, sin aplastar a nadie con ello, pero sin callarse, fórmula poco usada en el medio.

Hombre austero para vivir, en su habitación estaban sus libros de cabecera: Todos los hombres son mortales, de Simone de Beauvoir, otro de Saramago, del Ché. Quedó su computadora llena de cosas suyas, su música, sus libros técnicos, sus enormes camisas, y dos pares de zapatos. Estaba lleno de todo, ¿que más necesitaba? Al contrario de tanta cara angustiada y amargada que una encuentra en la Resis y que una muchas veces porta, él sonreía frecuentemente con esa luz inagotable. Tenía convicción de las que alimentan, tenía su Necio grupo que lo sostenía, sus músicos Guancascos, enamoradas, el amor y abrigo de esa familia hecha de retazos de familias que van formando tejidos multicolores, y su manera personal de aportar a las luchas. No competía con nadie, no anhelaba un poder para sí, y confiaba en la gente alrededor. Había mucha gente cerca suyo. En el largo velorio desfiló mucho rostro joven y no tan joven, muchas caras que fueron a despedirlo. De todas las posiciones políticas o sin ellas. Hombres y mujeres lo lloramos por igual. Hay pocas cosas tan democráticas como el dolor.

Dejemos que se vaya apaciblemente, amorosamente, pidió Carlos, su papá y mi amigo querido,  en el momento de enterrarlo. Y recordó que amanecía detrás del Pico Bonito en La Ceiba, cuando Susana ya iba casi pariéndolo en el carro hacia el hospital, el primer recuerdo de su hijo.

Como la luz de ese  amanecer fugaz e inolvidable, eso es Josué y su mortalidad que recuerda la nuestra.

¡Ay Josué, si pudieras escucharme!


A dónde vas, le preguntó Owen a su papá, la mañana del entierro.
A enterrar a un compañero
¿Quién?
Josué, uno de los Necios, uno grandote
¿El gigante? ….. ¿Papá, entonces los gigantes también se mueren?


 
Melissa Cardoza
Intibucá,  1 de junio del 2011

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